Sobre Ozzy y su procesión fúnebre en Birmingham

Cuando yo era niño, escuchar heavy metal era cosa de parias. Éramos pocos, aislados, y eso lo hacía aún más especial. Que un gran medio siquiera mencionara al género era casi un milagro, pero esa invisibilidad nos daba identidad. Nos hacía sentir únicos.

Hoy todo ha cambiado. El metal forma parte del mainstream, y lejos de parecerme algo malo, me alegra ver cómo se ha ganado su lugar en la historia de la música.

Mucho de eso se lo debemos a Ozzy. No solo por ser el frontman más icónico del género, sino por su capacidad de conectar con las masas. Sus excentricidades en el escenario, su programa de MTV, sus actos absurdos (y muchas veces actuados) nos hicieron reír, sorprendernos… y también nos abrieron las puertas a muchos que antes no se habrían acercado al metal.

Ozzy tuvo la inteligencia —y también la suerte— de rodearse siempre de músicos brillantes. Pero sobre todo, tuvo a Sharon. Sin ella, Ozzy habría muerto hace décadas. Literalmente. Fue quien lo sostuvo, lo controló, lo impulsó… y también quien convirtió su carrera en una máquina imparable. Claro, no todos salieron bien parados: hay músicos que todavía cargan con heridas del paso de Sharon por sus vidas. Pero sin ella, Ozzy no sería la leyenda que es hoy.

Verla hoy en la procesión, frágil, devastada, pero entregada a los fans… fue conmovedor. Hizo de ese último adiós algo inolvidable. Un ritual digno del Príncipe de las Tinieblas, pero también del hombre real detrás del mito.

Así que, basta de tristeza. Ozzy ya es parte de nosotros. Parte del ADN del rock. Nos seguirá acompañando, riff tras riff, grito tras grito, hasta que llegue nuestro turno de decir adiós. ¡Y qué adiós tan épico nos dio!

 

Omar Jacobo